Lenta Agonía.
El cuarto era lo suficientemente oscuro
como para dejar entrever sus lágrimas, sus manos apretando el rostro y su alma
agonizante, melancólica, sola. El ambiente era bastante tenso, se respiraba el
aliento amargo, se sentía la presión de la culpa,
pero guardábamos silencio.
Fue un simple error del destino, una
casualidad encontrarnos aquí, ellos cometieron nuestros mismos errores pero
fueron juzgados diferente; ironía del destino que nos marca a vivir, unos con
la culpa, otros con condena. Y aquella vez no entendieron que nuestro
sufrimiento era igual, todos fuimos humillados como perros, ratas abandonadas
que tan solo daban asco.
Todos callamos, nos era imposible
pensar, cruzar palabra alguna, cada uno en su espacio, el suficiente para no
sentirnos solos; ellos siguen sentados pudriéndose en sí mismos.
En medio del silencio late el corazón,
solo, angustiado. Late marcando el comienzo de su triste final, todos agachamos
la cabeza fingiendo no escucharlo. Ese inmutable silencio, que va destruyendo
nuestros sentidos, es un látigo empuñado por el verdugo que sonriendo nos
enseña cuán injusto es todo.
Es nuestra condena menor en cuantía.
¿Cómo agradecer?, sí el temor que les consume desde el momento en que
ingresaron es también el nuestro, ya lo habíamos sentido. Y pese a todo, no
podemos consolarnos, porque las palabras sobran cuando los sentidos están
saturados y la vida se ve frente a frente con la muerte.
De pronto entre el silencio se escapa
una sonrisa angustiosa, falsa, nerviosa; no es más que el acto fallido del alma
que agonizante recuerda su infancia. Mientras la sonrisa se pierde en el vacío,
las miradas se cruzan buscando explicación y llegan a la mente antiguos
recuerdos.
Ayer dijo sonriendo -- el tiempo pasa y
mañana compartiré con mi madre momentos dulces y agradables, ésta pesadilla
habrá terminado --. Hoy guarda silencio, en un segundo terminan sus sueños, se
derrumba todo. Somos muy fuertes para llorar y demasiado orgullosos para pedir
consuelo.
Hay quien desde su llegada se encerró
en sí mismo, sin moverse, solo ha levantado el rostro para toser y despojar de
sí éste humo azufrado que llena el ambiente.
Hoy somos once compartiendo este
"moridero", once jóvenes que en su corazón aún les juega un niño y en
su alma la ternura. Todos separados en este mismo hueco con un corazón que
llora la misma melodía con notas de muerte.
Son ellos tres, los que aniquilan su
vida pagando sus errores, como todos aquí. Son la minoría, pero su sufrimiento
es un manto que nos cobija a todos.
Nuestros ojos brillan con la brasa de
un cigarrillo que se consume como nuestra existencia, quedando solo basura que
rueda entre la miseria de la noche.
... Y seguimos aquí sentados callando
cualquier palabra, esperando que nos llegue el fatal momento donde rindamos
cuentas y todo quede saldado.
Está dedicado a mis compañeros quienes
compartieron, junto conmigo, un calabozo de la CP Ayacucho.
Sep./29/91. 23:45. Conan 1/1.
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