A mis hijas
Cuando vas a ser padre, crees que todo se limita a:
consentir pataletas de media noche, calentar uno que otro tetero, un tedioso
cambio de pañales o el placentero dormir en el sofá, con tu rostro reposando en
mi pecho y el sonajero en mi mejilla, mientras llega a término otra final de fútbol.
Pero la labor comenzó meses antes, cuando consentía el
vientre de tu madre, que cada día crecía y en tu afán de acomodarte causaste a
ella un sinnúmero de malestares.
Fueron esos tiempos únicos y los recuerdo con alegría y
nostalgia; antes de tu llegada me hacía a la idea de patines y ropita azul,
todos los juguetes fueron: “balón y carritos”, ni hablar de la búsqueda de
nombres, no hubo texto, directorio, recomendado, web search, etc. que no consultara… eso si ¡nombre de niño!
Cuando la espera llego a su fin y el tiempo se hizo
eterno no hubo en mi cabeza nada diferente a la angustia de tu llegada. La
interminable espera que trae consigo mil oraciones, dudas y zozobra.
No contento con lo sucedido y como si no aprendiera,
repetí cada paso con la misma inocencia de la primera vez. Y todo fue tan
idéntico, con el mismo gusto y detalle cuando vino a mí, mi segundo bebé. Ante
la nueva ausencia de un varón, que conservara el apellido, Dios me brindó otra
hija y con ella quedo el cuadro perfecto.
Imagino hoy, pasados los años, que era inevitable destino
que se me otorgara el gusto de vivir entre tres ángeles por tan maravilloso
tiempo. Fue necesario cambiar ese vademécum de juegos padre-hijo, por dormir
muñecas, bautizar ositos, pintar flores, mariposas y corazones… y aquí en
secreto… pasarme por bebé para ser consentido por mis madres practicantes. El
balón y los carritos hicieron sus apariciones esporádicas e infructuosas, al
final, igual que yo, debieron apartarse de su ideal y tomar la senda que va de
la mano de mis hijas.
En esta cadena de desatinos e intentando acomodarme a las
situaciones diarias, sucedió un nuevo imprevisto, otro a la lista, uno más que
suma sinsabores y a la fecha aún trato de digerirlo. La inevitable ausencia de
tu madre, mi compañera de aventura, fuimos obligados a retomar el camino con
una nueva óptica, haciendo necesaria una
parada de emergencia y hoy casi que podemos decir: “¡vamos por el mejor
camino!”.
Ahora todo es diferente. Me costó trabajo hace años
asumir el rol de padre y esposo. Fue difícil entender que los únicos juegos que
me sabía no me servían de mucho, que las finales de futbol coincidían con día
de amigas, pijamadas o manicure. A veces en las eternas noches, que ahora vivo,
busco el significado de nuestro camino y las metas que nos esperan; mientras
que repito, a manera de arrullo, todas esas rimas y cancioncillas que me han
enseñado para saltar lazo, hacer manitas o saltar chicle.
Bueno… todo esto que les he dicho, tiene una razón de
ser, aunque parece un sinsentido, sé que el tiempo y la madurez que les ha de
llegar dará cuenta y acierto de mis palabras.
Uno aprende de todo, pero no aprende a ser padre y menos
asumir los dos roles en el hogar. El hecho irrefutable y contundente de que
ustedes sean dos niñas, da un matiz diferente a nuestro hogar; porque debo
brindar estabilidad, apoyo y autonomía, al mismo tiempo que acaricio, guio,
escucho y sirvo de paño de lágrimas para los primeros desaires del amor, salir
a flote con esas preguntas de exclusiva femineidad y todas las otras contrariedades
que trae la adolescencia de una niña.
Así hubiera estado preparado, la soledad que me abarca,
limita mis intenciones y los compromisos que adquiero extienden esos limites,
convirtiendo cada meta en otro peldaño, dejando un sabor insípido a derrota. Y
es que cuando se intenta ser padre y madre, la cuota de sacrificio para
dejarlas caminar por su propio sendero colisiona con el empeño y preocupación
por procurar su desarrollo emocional. La autonomía e independencia se marcan
por la labor de guiar oportunamente… unas veces como padre firme e
intransigente y otras como madre comprensiva… y saber desaparecer a veces, para
no opacar la luz propia que les guía.
Jag
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